– El Sermón del Feliciano | Historias de pasados.

Por cuatro caminos vueltos desde por donde abriendolos llegaron, pasando por los mismos lares a la ida y al regreso, partiendo de un mundo viejo para legarlo al moderno, esperando a que esté hecho cuando devuelva el recuerdo. Marcando puntos para orientar a viajeros y conjugando con lujos, pobreza y daños grotesco, pero igual momentos lúdicos, llenos de amor en silencio y de lenguas que se oyeron, gritar vengo, atravesando senderos.

– Del que quizás fue más lejos y aún remoto del comienzo, me encontré a Don Feliciano, un artesano contento, sentado y porque traduciendo, nadie avista a un tal sujeto, parado…

Me lo encontré en dos contextos por los caminos andando, a la ida y al regreso en dos puntos simultáneos por el tiempo separados. Yo nunca llegué al contrario, al buen lugar indicado, pues no supe ser osado y siempre me quedé pensando a dar un paso. Pero el si partió de Legendario y llegó hasta Rebuscado, desde el más viejo de los condados por los que transitó el ser humano, hasta el presente en el que hablo, donde hoy vivimos arrastrados.

– Allá en Santelmo, nos encontramos, el continuaba viajando y constatando cada cambio, pero yo fui deportado al sedentario, a donde el sueño vararon, para crear los horarios…

Al incubador de santo proletarios, a un mismo lugar de antaño y fueron varios los dejados. Al verlo me quedé pasmado, meditando acomplejado, atónito y lánguido. Traía un libro bajo el brazo y en la mano del contrario un viejo bastón gastado, pero duro como un palo macho, podado por donde no le hizo daño a su árbol. Lleno de estima, de ánimo, elástico y repujado con relatos de pasados remontados, justo al filo de los años, bregados.

Y cuando conseguí abrazarlo, le dije, Rey, me has salvado, parado aquí llevo años y ni el silencio he tocado. No he conseguido olvidar los malos cantos, ni los cerebros lavados, ni los faros. Él sonrió, alzó su otra mano e ironizó recalcando que gozamos, lúcidos parando el transito. Acto seguido atrasado gritó, vamos, no te niegues buenos ratos, el mañana está esperando, en cualquier lado. Y cuando el libro cayó, seguí callado, lo recogí y me lo dío.

– Y allí sentados, bajo su paragua cabizbajos, para cubrirme de llantos, este verso me leyó…

“― Solo es feliz quien andando con su luz se iluminó, a la oscuridad resistió y se curó con amor las heridas que el viento le abrió, por sus entrañas y piel, hasta que logró y fue quien quiso ser, ayer…”

– Y Feliciano se fue, silbando tras comprender, por qué si todo dejé, al destierro me aferré para volver y cuál raíz emerger, un día tal vez, si es que a mi antaño le cambian el parecer.

– ¡Sin más sermón que el de querer, lo que desee querer ser; y ser feliz, queriéndolo ser…!